lunes, 8 de junio de 2009

218. Salto al vacío

Por Jesús Lillo.
Tomado de ABCDe letras y artes
06 de junio de 2009 - número: 906


La llamativa presencia de David Lynch en los créditos de Dark Night Of The Soul, proyecto al que el realizador norteamericano aporta una serie de ilustraciones, no ha hecho sino distraer la atención del público y desvirtuar la significación de la edición comercial de un revolucionario disco sin música, un cedé vacío que, como sucedió con aquel In Rainbows que en octubre de 2007 regaló Radiohead a través de internet, marca otro hito en el paulatino proceso de devaluación de los soportes digitales en el nuevo mercado del pop.

Inspirado por la obra maestra de San Juan de la Cruz, el contenido de la «noche oscura» compuesta por Danger Mouse y Sparklehorse fue filtrado a comienzos del pasado mayo, de forma paralela a la publicación y el envío del cartel que anunciaba el inminente estreno de una producción cuyo ambicioso y entonces desconocido aparato visual llevó a algunos medios a especular con la hipótesis de una proyección cinematográfica o una instalación museística. Finalmente, fue la galería Michael Kong de Los Ángeles la que el pasado fin de semana inauguró la muestra que reúne y remezcla las obras de Lynch y las canciones creadas por Danger Mouse y Sparklehorse.

El pretencioso embalaje de Dark Night Of The Soul, firmado por el autor de Twin Peaks, es el único elemento que permanece en la versión comercial de este atípico proyecto, despachado en la sección de libros de los grandes almacenes de la red. No hay música en su interior, sino un cedé virgen que el comprador podrá llenar, si así lo desea, con las canciones de Danger Mouse y Sparklehorse, disponibles de forma gratuita en numerosos sitios de internet. El desafío de los dos músicos es la consecuencia indirecta -magistralmente resuelta- del veto impuesto por EMI a la publicación de las nuevas grabaciones de Danger Mouse, quien ya puso en jaque a la compañía británica con el mash-up del White Album de los Beatles y el Black Album de Jay-Z.

La desafiante edición del disco en blanco de Dark Night Of The Soul representa uno de los más brillantes ejercicios de rebeldía de un artista contra las reglas de la industria discográfica, pero, sobre todo, establece un nuevo valor de cambio para la música grabada en soportes digitales: cero. Si Radiohead dejó a la voluntad de sus seguidores el precio a pagar por su último trabajo de estudio, Danger Mouse y Sparklehorse van mucho más allá y ofrecen al público la estrafalaria posibilidad de comprar un disco sin canciones. La extraña pareja vende un lujoso envase sin relleno -sólo 5.000 copias numeradas se han tirado del «álbum»- y aprovecha sus disputas legales con EMI para materializar el discurso universal de la gratuidad del pop, desde ahora simbolizado por su disco virgen.

Disputas legales. Wayne Coine, Gruff Rhys, Julian Casablancas, Frank Black, Nina Persson, James Mercer, Vic Chesnut, Iggy Pop y Jason Lytle aparecen como estrellas invitadas de una función que cuenta con episodios memorables. A diferencia de tantos otros proyectos en los que el reclamo de sus respectivos y estelares repartos no logra camuflar sus deslavazados argumentos y fallidos resultados, Dark Night Of The Soul incluye números excepcionales, como el protagonizado por un Chesnut ahora retorcido por Danger Mouse. Las canciones se pueden localizar en la red y descargar sin dificultad, operación de piratería que aquí cobra un nuevo significado: son los propios propietarios de la obra quienes sugieren al público la posibilidad de rastrear la señal de su trabajo por la red después de pagar 45 euros por la primorosa funda de David Lynch, encargado de envolverlo para regalo en la caja central.

Mercadillo de artefactos. Dark Night Of The Soul lleva al extremo el proceso de cobertura con que los músicos han ido añadiendo extras y complementos a sus canciones, reducidas ya a simple excusa argumental para adquirir por correo piezas de colección tan rebuscadas y pintonas como aquellas lámparas editadas por Of Montreal para hacer medianamente atractivo su último trabajo. La libre circulación de archivos digitales ha llevado a los artistas a montar un mercadillo de artefactos y curiosidades en el que la música grabada ha pasado a ser un elemento secundario, prescindible por su accesibilidad y gratuidad a través de internet.

Nadie, sin embargo, había llegado tan lejos como Danger Mouse y Sparklehorse. La oferta de un disco vacío supone, más allá del fruto de una batalla legal y de la provocación que entraña, el final de una larga secuencia de depreciación de la música digitalizada y la consagración de ésta como reclamo para la adquisición de una cáscara que ya ni siquiera la envuelve.

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