miércoles, 27 de mayo de 2009

212. En el supuesto de que debo trabajar (o minutos robados a la esclavitud, por asi decirlo) I



Escucho la música que acompaña el filme de Amelie. No recordaba lo fino y melancólico que es. Lo verde que las notas del piano de Tiersen suenan pero que convierten el tono del alma en Azul. Recuerdos. La música siempre provoca recuerdos. Un viaje y la persecusión ilusa de un personaje encarnado en la distancia. La soledad en un lugar atestado de personas. El choque de trenes entre la vida diaria y los deseos. Viaje reflejo de otro hacia el interior de uno mismo para descubrir que lo más evidente se encuentra justo invisible para nuestos ojos (aquí debería ir la cita de Exúpery). Escucho y puedo sentir esas calles de Montmartre, las reales y las que en su momento se visualizaron en la pantalla de algún cine. Puedo correr desaforado hasta llegar al Sacré Cœur o abordar el metro Abbesses, o confundir a Amelie con la joven mujer a quien un antihéroe de novela espera en el Pont des arts. Pero sobre todo recordar algún poema pensado y sentido sobre los Campos Elíseos al comprender, al escuchar la voz, que uno a fin de cuentas nunca tiene nada, y que esta vida no se trata de tener sino de atesorar, y esto, caramba, aún logra emocionarme como entonces. Justo como si ahora estuviera llamando desde esa caseta telefónica perdida en la gran ciudad sólo para decir los encontré cuando en realidad quería decir como extraño ser un humano completo.




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