viernes, 25 de julio de 2008

103. Esas amables señoritas llamadas Erineas


Las benévolas
Jonathan Littell
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia,
México, rba, 2007, 991 p.
ISBN 978-968-867-341-6

Terminé Las benévolas. Larga campaña de casi siete meses, comenzada a finales de diciembre en la enjundia de la novedad y todos los comentarios que la precedían en los periódicos, principalmente las ediciones españolas.

He dicho campaña, y no sin razón, pues mientras en las páginas Max Aue nos va adentrando en el relato de sus peripecias como nazi, tanto en el frente ruso, como en los últimos días de Berlín, mi estado anímico asi como mis circunstancias de vida variaron notablemente, lo que en algunos momentos me llevo a desistir de su lectura. Abandoné el libro por semanas, entre el trabajo y la apatía, atendiendo otras lecturas, hasta que nuevamente volvieron los bríos, las ganas, y la campaña recuperó posiciones en el frente. De esa manera somos testigos de la Batalla de Stalingrado, del exterminio no sólo de judíos sino de gente de otros pueblos, de los sufrimientos del mismo pueblo alemán, de la revancha rusa y la locura general permeando prácticamente a todos los que vivieron en aquel permanente estado de guerra.

¿Es posible que en un lapso tan corto de tiempo ya habremos olvida todo esto? (Aunque bien sabido es que el tiempo es de lo más relativo; particularmente en cuanto a los avances en tecnología y las transformaciones sociales que aquella guerra de muchas maneras provoco). Hoy en día son los mismo judios, entre otros opresores por supuesto, parte de ese continua lucha de exterminio contra los otros: el miedo a los otros, el odio a los diferentes. La vieja trampa, el antiguo pretexto.

Descubrir a Max Aue, mediocre SS, legista estudioso e incluso con tintes de intelectual, atrapado por la inercia del discurso del partido y que ante la duda prefiere acatar las ordenes antes que cuestionarlas. Buen patriota. Como nunca antes, al menos en mi caso, el lado nazi de la guerra había sido abordado tan brillantemente. Y no es que su autor, Jonathan Littell, busque una justificación a las atrocidades cometidas por aquellos hombres, tan cultos, tan lectores, tan oyentes de Mozart y Bach. Me parece es más bien una exposición de ideas, no sólo con los planteamientos intelectuales que sirvieron para crear una maquinaria, ni siquiera aceitada, de asesinato sistemático, sino también buscando refrendar que a fin de cuentas el ser humano, por más civilizado, es el mismo en escencia, que el de hace miles de años, al que sólo le interesa colmar sus propias necesidades y las de los demás le son indiferentes.

De este lado del espejo, la distorsión de pronto es tanta que podemos llegar incluso a sentir simpatía, mas nunca amistad, por Aue. Es la historia de la caída de un pueblo, guiado por sus dirigentes, chamanes, dioses, al abismo. Como bien lo índica desde su nombre, la clásica consigna griega, la imposibilidad de eludir al destino es la estructura que sostiene el libro. A vuelo de pájaro encontramos los espíritus de Orestes, Clitemnestra y Agamenón.

Somos testigos de como el avanzar tremebundo de los primeros meses se convierte en la bárbara y tozuda resistencia en Stalingrado y después por todo el territorio alemán, tanto de los que primero son agresores y terminan convertidos en invadidos, como de los acosados para regresar sedientos de sangre. Ahi esta en todo caso la historia que de alguna manera no miente. Pero más allá de la historia, hay una búsqueda particular sobre la maldad que vuelven, en estas épocas, a esta novela pertinente.

El hombre lobo del hombre. Son casi mil páginas las que conforman Las benévolas. Lectura pra fanáticos, pero imprescindible. Se trata de una novela de altibajos, con exceso quizá, y prácticamente es punto de acuerdo entre todos los lectores, en terminología y grados militares alemanes. Largas descripciones que aparentemente no conducen a nada, los laberintos de la burocracia de un partido de estado convertido en policía y a la par del ejército. En contrapunto, las páginas que dedica, como mencioné, a Stalingrado, su relato sobre los últimos días de Berlín, o la manera de narrar la vida en los campos de concentración, básicamente Auschwitz , contundentes, nos vuelven adictos al mamotreto.

Lectores contemporáneos, es una ventaja contar con herramientas como You tube, que nos permite observar documentales con información para entender aún más lo que se narra, para ubicar en un lugar físico el lugar que se crea con palabras; con herramientas como el flickr o la información, a veces dudosa por supuesto, de la wikipedia.

Aue parece un típico insulso, un personaje sin mayor chiste, primordial. Pero es un cabrón en toda la extensión de la palabra, un enfermo, un asesino que no duda en eliminar a quien le estorba con tremenda sangre fría, trátese de quien se trate. Eran los tiempos, podrán esgrimir algunos en defensa del personaje. No se trata de asesinatos de guerra, es la locura de alguien decidido a eliminar a toda persona que le ama, pues la considera un lastre en su trabajo, en su vida, en la satisfacción de sus necesidades.

A fin de cuentas Las Benévolas, las Euménides, las Erineas, son invocadas para intentar escapar a su castigo, a su persecusión. La historia es pues la exposición de la humanidad que sin desear aprender, sigue actuando contra su prójimo: sobre la maldad de los seres humanos.

* Germán Castro Ibarra publicó un ensayo sobre esta novela en Hoja por Hoja, considero pertinente leerlo. Igualmente pertinente una entrevista con el autor publicada en el suplemento Babelia de el periódico español El País.

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