296. De qué hablo cuando hablo de Murakami
Terminé de leer De qué hablo cuando hablo de correr de Murakami.
Imagen tomada del blog: "Pies para que os quiero"
Me gusto mucho el libro, sobre todo el simil que hace entre correr (yo me digo a mi mismo hacer un deporte, en mi caso ahora que voy a la alberca tres veces por semana) y escribir. Por largo tiempo Murakami fue conocido apenas por unos cuantos seguidores, sin embargo en el último lustro se ha convertido en uno de los narradores más leídos en diferentes lenguas.
De que hablo cuando hablo de correr es un libro al vuelo, apuntes con reflexiones sobre el hecho de correr y su significado para en la vida del escritor japonés, y las reflexiones de un autor sobre su trabajo.
Estoy convencido que para algunos leer este libro será una motivación para dejar la vida sedentaria y agarrar el ritmo de la escritura.
Dejo pues algunos párrafos con los que me sentí identificado y que cada quién concluya lo que quiera.
"Dimos un fuerte golpe de timón para virar en redondo desde nuestros siete años de vida de "apertura" hacia una vida de «cierre». Creo que esa etapa de «apertura» constituyó una buena experiencia. Si lo pienso, comprendo que aprendí muchas cosas importantes. Esa época fue para mí algo así como la educación general básica de la vida, mi verdadera escuela. Pero no podía continuar eternamente con ese tipo de vida. Y es que la escuela es un lugar en el que se entra, se aprende algo y se sale.
De este modo iniciamos una vida sencilla y regular en la que nos levantábamos antes de las cinco de la mañana y nos acostábamos antes de las diez de la noche. La franja horaria del día en la que uno rinde más depende, por supuesto, de cada persona, pero, en mi caso, es la de las primeras horas de la mañana. En ellas concentro mi energía y consigo terminar las tareas más importantes. En las demás horas hago deporte, despacho las tareas cotidianas y ventilo los asuntos que no precisan de demasiada concentración. Al ponerse el sol, ya no trabajo. Leo libros, escucho música, me relajo y me acuesto lo antes posible. Hasta hoy, mis días han seguido más o menos ese patrón. Y creo que, afortunadamente, en estos veinte años he desarrollado mi trabajo con bastante eficiencia. Ahora bien, si se lleva esta clase de vida, cosas como las salidas nocturnas desaparecen casi por completo y las relaciones sociales sin duda también se van resintiendo. Alguno incluso se ofende. Porque si te invitan a ir a algún sitio o te proponen hacer algo, entonces hay que declinar la invitación.
Es sólo mi opinión, pero, en la vida, a excepción de esa época en la que se es realmente joven, deben establecerse prioridades. Hay que repartir ordenadamente el tiempo y las energías. Si, antes de llegar a cierta edad, no dejas bien instalado en tu interior un sistema como ése, la vida acaba volviéndose monótona y carente de eje. Yo quería dar prioridad al establecimiento de una vida tranquila, en la que pudiera dedicarme a escribir novelas, antes que a las relaciones sociales concretas con la gente de mi entorno. La relación más importante en mi vida debía entablarla, más que con alguien determinado, con una pluralidad indeterminada de lectores. Si estabilizaba mi vida, preparaba un entorno en el que pudiera concentrarme en la escritura e iba produciendo obras de cierta calidad, sin duda muchos lectores lo agradecerían. ¿Acaso no era ésa mi obligación como novelista y mi principal prioridad? Sigo pensando así hoy en día. Yo no veo directamente el rostro de los lectores, y entre ellos y yo se entabla, en cierto sentido, una relación humana conceptual. Pero yo siempre he considerado crucial establecer esa relación «ideal», conceptual, no perceptible a través de la vista.
De que hablo cuando hablo de correr es un libro al vuelo, apuntes con reflexiones sobre el hecho de correr y su significado para en la vida del escritor japonés, y las reflexiones de un autor sobre su trabajo.
Estoy convencido que para algunos leer este libro será una motivación para dejar la vida sedentaria y agarrar el ritmo de la escritura.
Dejo pues algunos párrafos con los que me sentí identificado y que cada quién concluya lo que quiera.
"Dimos un fuerte golpe de timón para virar en redondo desde nuestros siete años de vida de "apertura" hacia una vida de «cierre». Creo que esa etapa de «apertura» constituyó una buena experiencia. Si lo pienso, comprendo que aprendí muchas cosas importantes. Esa época fue para mí algo así como la educación general básica de la vida, mi verdadera escuela. Pero no podía continuar eternamente con ese tipo de vida. Y es que la escuela es un lugar en el que se entra, se aprende algo y se sale.
De este modo iniciamos una vida sencilla y regular en la que nos levantábamos antes de las cinco de la mañana y nos acostábamos antes de las diez de la noche. La franja horaria del día en la que uno rinde más depende, por supuesto, de cada persona, pero, en mi caso, es la de las primeras horas de la mañana. En ellas concentro mi energía y consigo terminar las tareas más importantes. En las demás horas hago deporte, despacho las tareas cotidianas y ventilo los asuntos que no precisan de demasiada concentración. Al ponerse el sol, ya no trabajo. Leo libros, escucho música, me relajo y me acuesto lo antes posible. Hasta hoy, mis días han seguido más o menos ese patrón. Y creo que, afortunadamente, en estos veinte años he desarrollado mi trabajo con bastante eficiencia. Ahora bien, si se lleva esta clase de vida, cosas como las salidas nocturnas desaparecen casi por completo y las relaciones sociales sin duda también se van resintiendo. Alguno incluso se ofende. Porque si te invitan a ir a algún sitio o te proponen hacer algo, entonces hay que declinar la invitación.
Es sólo mi opinión, pero, en la vida, a excepción de esa época en la que se es realmente joven, deben establecerse prioridades. Hay que repartir ordenadamente el tiempo y las energías. Si, antes de llegar a cierta edad, no dejas bien instalado en tu interior un sistema como ése, la vida acaba volviéndose monótona y carente de eje. Yo quería dar prioridad al establecimiento de una vida tranquila, en la que pudiera dedicarme a escribir novelas, antes que a las relaciones sociales concretas con la gente de mi entorno. La relación más importante en mi vida debía entablarla, más que con alguien determinado, con una pluralidad indeterminada de lectores. Si estabilizaba mi vida, preparaba un entorno en el que pudiera concentrarme en la escritura e iba produciendo obras de cierta calidad, sin duda muchos lectores lo agradecerían. ¿Acaso no era ésa mi obligación como novelista y mi principal prioridad? Sigo pensando así hoy en día. Yo no veo directamente el rostro de los lectores, y entre ellos y yo se entabla, en cierto sentido, una relación humana conceptual. Pero yo siempre he considerado crucial establecer esa relación «ideal», conceptual, no perceptible a través de la vista.
Fotografía tomada del blog: "Paperblog"
Mea culpa: Este post estaba pendiente desde Julio de este año (2010). Por más que forzo las ardillas de fuerza de mi cerebro, no logro recordar por qué razón había omitido publicarlo.
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