sábado, 11 de abril de 2009

191. "Esta tierra que soy"



Esta Tierra que soy, novela de Hilda Figueroa, que se puede abordar de muy diversas lecturas, y que abreva de ricas y variadas fuentes, es la historia de una saga familiar, clave indiscutible de las grandes novelas, que nos cuenta las peripecias y engranajes de generaciones familiares: abuelos, padres, hijos, nietos y toda la gama de tonos que nos da la vida misma con sus tragedias, pero también con sus alegrías. Julián, uno de los dos personajes centrales, casi centenario, nos lleva, sin ser precisamente el narrador en todas las ocasiones, a un viaje que inicia en su infancia y culmina en el momento de su aliento último.Viajamos de un país rural, donde la palabra y el honor aún son pilares fundamentales de la vida cotidiana junto, sin lugar a dudas, la fe, a una ciudad en crecimiento, cada día más poblada y donde la tranquilidad se ha ido perdiendo diluida en los sonidos de una gran metropoli con todo lo que quienes la habitamos podemos mirar hoy en día.

Es también la historia de las escaramuzas de Julián con su destino, su fortuna y más que nada con la muerte. Esa idea, ese suceso que a todos nos espera pero que sigue siendo tan incomprensible como desde hace miles de años lo fue para el hombre del neolítico. Es la novela de un hombre que cuando niño tuvo que enfrentar la ausencia de una madre aún antes de comprender lo que es un duelo y se vio forzado a madurar aunque fuese de forma incompleta, y de ahí, de la fuerza emergida del coraje, de la sin razón, le vino el apretar los puños y encarar no una, sino un par de veces más, el momento final y lograr salir avante.

Es la historia de Alejandra, huérfana en esta caso de padre, de su fe y dignidad ante todo, del amor cocinado a fuego lento como antaño, a la antigüita, y la cercanía brindada por el ser amado con su dosis alta de respeto y temor, y también de resignación. Toda novela es la exploración psicológica de sus personajes, sus miedos y sus odios, su piedad y su orgullo, cada uno de estos ladrillos son los que toma Hilda y va construyendo el andamiaje que después será cubierto de palabras y poesía.

Es la historia, tras bambalinas, como no queriendo, omnisciente, de una ciudad que dio cabida no nada más a Julián y Alejandra, sino a muchos que como ellos tuvieron que dejar sus costumbres y su vida para adaptarse a la metropoli, que vieron como el paisaje tranquilo del campo se transformó en avenidas y edificios que fueron emergiendo sin ton ni son por donde fueron encontrando espacio. No por gusto, sino porque era la apuesta: un nuevo comienzo. Así, la ciudad se vuelve un tercer personaje, poético, y testigo no sólo de Julián y Alejandra, de su hija única que para que toda pieza encaje, forma parte de la tragedia que a veces inexplicablemente es una vida. Mas la ciudad no es sólo un narrador omnisciente, corren venas invisibles por sus calles, y su piel de fachadas sufre con cada retoque, con cada guerra, con la sangre derramada, con las heridas que a lo largo de más de un siglo atestiguan su transformación.

Esta tierra que soy, este polvo que soy. Nada es imperecedero y a fin de cuentas habremos de volver a la tierra madre de la que nacimos. Pero en el transcurrir de la vida, que es el tiempo nuestro verdaderamente, habremos de sacar el coraje y la fuerza interna para seguir adelante a pesar de los obstáculos, de los miedos, del dolor. Convertir nuestros duelos en motivaciones, combustible, me parece que, más allá de lo bien escrito, de lo poético que puede ser, es la idea que se escurre entrelíneas por la que bien valdría asomarse a estas páginas y no soltarlas de principio a fin.

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